Tras una triste despedida de la bella Venecia, pusimos rumbo a lugares alejados de cualquier atisbo de civilización. No sabíamos que pronto esa pena quedaría olvidada gracias a las cristalinas aguas que visitaríamos.
Era hora de visitar la zona más bella de los Alpes, y en está ocasión decidimos descubrirla mediante lagos, intensos colores y una gran cantidad de aventuras.
Lago di Braies, dónde las estrellas son igual de transparentes que su agua.
Partimos de Venecia justo en la puesta de sol,así que nuestra llegada a Braies se produjo en el momento más oscuro de la noche. Si vas en coche podrás disfrutar del camino. Observábamos cómo desaparecía la red de regadío al mismo tiempo que los bosques iban ganando espacio. En el cielo, la hora dorada hacía que la belleza de la naturaleza se intensificara.
En las cercanías del lago, una tenue luz y las temperaturas bajando a un ritmo exponencial, pudimos contemplar una de las ventajas que un roadtrip te ofrece: cantidad de animales haciendo vida en nuestro camino. Al llegar, dormimos en el coche (porque no estábamos muy seguros de montar la tienda de campaña). solo un par de horas debido a la ilusión (como un niño el día de Reyes) que teníamos de descubrir ese lago tan extraordinario que siempre habíamos visto a través de una pantalla.
Miramos atrás y únicamente recordamos la aventura tan especial que vivimos. Ahí estábamos los dos, contemplando un cielo estrellado como nunca antes habíamos hecho.
Al despertar, recogimos nuestra habitación improvisada, y con el alba fuimos corriendo a ver el sitio con el que tanto habíamos soñado. El agua era cristalina, ni siquiera el viento se atrevía a despeinarlo. Las barcas sobre el agua, el reflejo de la montaña en el inmenso lago, y la pequeña cabaña de madera, hizo que tuviéramos que frotarnos los ojos para comprobar que aquel precioso lugar no era un producto de nuestra imaginación.
Paseamos completamente solos por un lago tranquilo, nos sentamos e intentamos memorizar cada detalle y sensación. Una vez que el sol se hubo despertado completamente, comenzaron a brotar humanos por todas partes, así que al ver que la magia comenzó a reducirse, comprendimos que era el momento de vivir nuevas aventuras.
IMPORTANTE: según la hora que abandones el parking, podrá salirte gratis. Si sales más tarde de las 9 te costará 4,5€. Si lo haces antes será una experiencia totalmente gratuita.
Lago di Sorapis, donde el color importa.
A menos de una hora en coche del lago di Braies y unos quinientos metros más elevado se encuentra Sorapis. La ruta es de 2 horas y cuenta con cierta dificultad, puesto que tendrás que ayudarte de cuerdas para cruzar pequeños desfiladeros, atravesar tramos con grandes rocas producidos por el deshielo e intentar no resbalar con el hielo que queda en pleno mes de julio. A pesar de esto, en nuestro camino nos encontrábamos con familias con niños que campaban a sus anchas como si el cansancio no les afectara.
Durante el trayecto contemplábamos las siluetas de las montañas y los cientos de árboles de alrededor. No es hasta 20 metros antes de la llegada cuando consigues verlo, ya que esta escondido entre puntiagudas montañas que saben como resguardarlo.
Lo primero que nos llamó la atención fue el color esmeralda, como si de una pequeña joya se tratara. Después de admirarlo, solo pensarás en bañarte en sus aguas, pero eso es solo para las personas muy valientes (más valientes aún que las que consiguen llegar hasta allí)… la temperatura del agua está lejos de lo que sería un baño acogedor.
En esta ocasión, la ruta estaba llena de gente, y aunque no disfrutas de su tranquilidad, puedes buscar tu rincón para admirar este paisaje que tienes ante ti.
Una curiosidad es que es un lago estacional. En invierno lo encontrarás congelado, en primavera creciendo y en otoño probablemente seco, por lo que es importante que reserves esta aventura para el verano.
Plansee, una piscina salvaje en el Tirol austriaco.
La belleza de los Alpes es compartida entre varios países, y Austria se ha llevado una de las mejores partes.
Cruzamos todo el país desde el lago di Sorapis, y entre picnics improvisados en los enormes bosques que nos acompañaban, llegamos al encantador pueblecito de Heiterwang, lugar en el que unos 500 habitantes pasaban su vida alrededor de uno de los lagos más bonitos que hemos visto.
Nos alojamos en una casa sacada de otra época (fue usada como oficina de correos): los visillos en las ventanas decorados con flores, la nobleza de la madera a cada paso y sus grandes muebles son testigos de la autenticidad del lugar y por supuesto de su naturalidad. La pareja que la regentaba nos sorprendió con desayuno típico de la zona.
Con nuestros estómagos llenos de mermelada y pan casero emprendimos el camino hasta el lago. Lo hicimos andando ya que estaba a tan solo 20 minutos.
Nos enamoramos completamente de lo que teníamos ante nosotros. La zona recibe escaso turismo, algo que es de agradecer. Nos encontramos con vacas y ovejas, alguna piragua surcando sus tranquilas aguas, senderistas y grupos de adolescentes divirtiéndose una tranquila mañana de verano.
La ruta es muy sencilla, simplemente debes seguir el sendero que se forma paralelo a la orilla del lago. Verás como se van formando pequeñas calas donde podrás dejar tu mochila y darte un buen baño completamente solo (¡hay para todos!) para continuar con la caminata bien a gusto.
Plansee se convirtió con diferencia, en nuestro lugar favorito por las sensaciones que tuvimos. Bañándonos en nuestro pequeño trocito de oasis con grandes montañas ante nosotros. Sin duda volveremos y nos quedaremos unos cuantos días más.
Crestasee, el pequeño desconocido.
La primera imagen que tenemos de Suiza es este pequeño lago. Se encuentra en la región de Flims, y es destacable la comodidad y el fácil acceso. Puedes ir en coche hasta su parking habilitado y a partir de ahí, solo unos minutos te separan de sus aguas.
Cuando llegues, verás que hay instalado un antiguo kiosko, unas mesas de picnic y unas pasarelas de madera que separan el lago en dos zonas: una gigante masa de agua para disfrutar de unos largos; y la segunda, una pequeña zona próxima a la orilla donde los más pequeños y frioleros (como Clara) pueden remojarse.
Apenas había turismo, solo familias y amigos locales aprovechando el bonito día que hacía.
Tip: desde este lago podrás hacer una ruta andando hasta Caumasee, y conseguirás ahorrarte dos tarifas de aparcamiento.
Caumasee, el paraíso de los domingueros.
El último lago que visitamos difiere de los demás por su tamaño y bonita isla en la parte central. Para nosotros fue algo decepcionante, ya que lo han convertido en un pequeño parque de atracciones: restaurante, zona de parque infantil con columpios, y todo lo que puedas imaginar… y por supuesto todo eso se paga, y bastante.
Sin embargo, reconocemos que está muy bien habilitado, hay buenos aseos, y es idóneo para familias que quieran disponer de todos los servicios.
Nosotros buscábamos un lugar más idílico, como en los lagos anteriores.
Buscábamos vivir una experiencia más salvaje. Por lo que una vez dentro, vimos que si rodeas el lago, encontrarás una parte que no está vallada. Podrás acceder a la orilla fácilmente. y bañarte entre el frondoso paisaje suizos (sin pagar por esos servicios si no los necesitas).
Finalmente, destacamos el color del agua con sus potentes tonos verdes y azules, y sus familias de patos nadando junto a nosotros.
Hasta aquí nuestra visita por los lagos de los Alpes. Nuestra ruta continua por Suiza, ya que el sur del país no tiene nada que envidiar al norte: pueblos sacados de una realidad paralela y paisajes dignos de la mismísima Heidi.
En cuanto a los lagos, seríamos incapaces de elegir solamente uno, ya que todos tienen sus ventajas y desventajas. Al final, todo depende del tipo de viajero que eres.
¿Y tú? ¿Con cuál te quedarías?