Después de una semana repleta de trabajo, nuevos proyectos y un ritmo rápido, necesitábamos alejarnos del ruido, descansar, tomar aire fresco y encontrarnos de nuevo con la tranquilidad que nos aporta la naturaleza.
Así que, no dudamos en visitar la casita de invitados de Beatriz, la anfitriona de este precioso hogar, que con sus cuidados detalles y entorno consiguió convertirlo en nuestro hogar durante unos días.
Una naturaleza desorbitada
A poco más de una hora de Valencia, llegamos a este especial alojamiento. Desde el primer momento sentimos como nuestros pulmones respiraban aire puro al contemplar que las plantas son las protagonistas del jardín. Como si quisieran entrar en la casa, las enredaderas, buganvillas y plantas aromáticas crecen en torno a ella pareciendo no tener límites.
En medio de la parcela, crece un huerto donde Beatriz cosecha hortalizas y verduras según la temporada. ¡Seguro salen recetas deliciosas de esa tierra!
Y llegó la calma
En cambio, cuando abres la puerta de entrada a la casita, la paz es la protagonista. El color blanco es el que destaca y detalles de fábrica encalada forman rincones especiales en la habitación y en el mobiliario de la casa. Definitivamente, son conceptos que permiten que un hogar se vuelva más acogedor.
Encontramos detalles muy cuidados y típicos de la zona como son la cerámica y el esparto que producen en Gata de Gorgos. Al final, los productos de proximidad son los que mejor encajan con el entorno y te hacen sentirte autóctono.
También estaban presentes motivos de la naturaleza haciendo que el exterior y el interior se encuentren más unidos, creando la bonita ilusión de un descanso en plena naturaleza.
Una de sol…
El primer día pudimos disfrutar de un desayuno en el porche, gran protagonista de la casita de invitados.
Bien protegidos por el Montgó, entre buganvillas y cañas, preparamos unos platos para dedicarle gran parte de la mañana a descansar. El rincón que se ha creado a los pies de las montañas te hacer sentir la comodidad y harás lo que sea para que ese momento dure para siempre.
Aunque no fue fácil, después de disfrutar de nuestro momento favorito del día visitamos Cala Llebeig, una de las muchas calas de agua cristalina que se encuentran a escasos minutos del alojamiento.
El agua de la Costa Blanca, es preciosa, e inevitablemente nos transporta a las playas paradisíacas de las islas baleares. Desde luego, no tienen nada que envidiar.
Después de una ruta entre acantilados y un baño refrescante en los últimos días de octubre, volvimos al alojamiento a explorar otro rinconcito creado con mucho cariño por Beatriz: su piscina de color turquesa.
Después de disfrutar de este espacio para nosotros solos, salimos a ver el atardecer en Cala Blanca, uno de nuestros lugares favoritos de Jávea y aprovechamos para visitar Els Magasinos en Denia y degustar algunos platos de la gastronomía mediterránea.
A la vuelta, un cielo con estrellas nos esperaba en el mirador que hay en la cubierta de la casita de invitados. El cielo en el Montgó es limpio y pasar las horas contemplando este espectáculo de la naturaleza es un privilegio.
…y otra de lluvia
Al siguiente día, nos levantamos temprano para poder disfrutar de una de las recomendaciones de la anfitriona: El mercado de Jesús Pobre. Como sabéis, somos expertos en visitar mercados y se nos pasan las horas buscando artesanía y disfrutando de la gente que los visita. Os tenemos que confesar que el mercado es de los más auténticos que hemos visto: comida elaborada por las personas del pueblo, verduras frescas, zumos de granada y mermeladas caseras. ¿Qué más se puede pedir?
Sin embargo, el cielo tenía pensado otros planes, así que la lluvia cayó con fuerza. Por suerte fuimos pronto y pudimos impregnarnos de toda su esencia y comprar unas cocas típicas de la zona para comer en nuestra casita de estos días.
Un poco mojados por la lluvia y con las temperaturas bastante más bajas, decidimos ponernos ropa más calentita y encender la chimenea. Hacía tanto tiempo que no teníamos esa sensación de estar resguardados por el fuego. Fue un momento que añorábamos.
Después de comer, una buena siesta al calor de la leña terminó de conseguir que el día fuera más que perfecto.
La hora de la despedida
Llegarón las últimas horas en el alojamiento. El tiempo aquí pasa muy rápido…
Nuestras energías quedaron recargadas, y nos quedamos con el alojamiento de Beatriz como un santuario al que acudir cuando necesitemos hacer una parada.